En los campos de entrenamiento del Ejército Popular de Liberación, el sonido de los drones y los simuladores electrónicos convive con algo inesperado: el eco de una tradición milenaria. Entre radares, misiles y pantallas táctiles, algunos soldados practican con los dedos en el aire operaciones invisibles, moviendo cuentas imaginarias en un ábaco que ya no existe. No se trata de un ritual ni de una excentricidad, sino de un nuevo experimento militar: aprender por si algún día las máquinas sufren un apagón.
Calcular con la mente. China ha rescatado una tradición milenaria para aplicarla a la guerra moderna: el cálculo mental con ábaco. En un contexto de dependencia creciente de la inteligencia artificial, el Ejército Popular de Liberación ha aplicado la lógica: entrenar a soldados capaces de convertirse en una suerte de “ábacos humanos”, listos para operar cuando los sistemas digitales fallen.
De hecho, en un ejercicio reciente, la capitana Xu Meiduo predijo en segundos la trayectoria de tres objetivos tras una simulación de fallo de radar, guiando el fuego artillero con precisión. La televisión estatal ha convertido su hazaña en emblema de autosuficiencia, recordando que la mente humana sigue siendo un arma decisiva incluso en la era de los algoritmos.
Del aula al campo de batalla. El programa se inspira en una práctica educativa aún común en Asia: el ábaco mental, o AMC, una técnica ancestral que permite realizar cálculos complejos mediante la visualización de un ábaco imaginario. Usada en China desde hace más de ocho siglos, esta disciplina ha demostrado beneficios cognitivos medibles: mejora la concentración, la memoria y la velocidad de razonamiento.
Es más, estudios de Harvard y Stanford confirmaron hace unos años que los niños entrenados con ábaco mental superan en cálculo y comprensión a quienes aprenden matemáticas tradicionales. Ahora, el ejército chino traslada esa ventaja al ámbito militar, convencido de que la precisión mental y la resistencia bajo presión pueden marcar la diferencia en combate.
Milenario y actual. El ábaco, creado en China hace más de 800 años y utilizado durante siglos en el comercio y la administración imperial, nunca desapareció del todo. Aunque las calculadoras y ordenadores lo relegaron a un símbolo cultural, en escuelas de China, Japón o Singapur continúa enseñándose como método de desarrollo cognitivo.
Su versión mental, basada en la manipulación imaginaria de las cuentas, ha sido objeto de estudios neurológicos que demuestran cambios estructurales en el cerebro. De ahí que el ejército chino haya visto en esa plasticidad un entrenamiento perfecto para la guerra moderna, donde la rapidez mental y la calma bajo estrés valen tanto como la puntería.
Tradición y vulnerabilidad. El objetivo del programa, al parecer, es doble: reforzar la preparación cognitiva de los soldados y reducir la vulnerabilidad ante una guerra electrónica. En un enfrentamiento donde radares, GPS y redes pueden ser anulados, la capacidad de cálculo humano se convierte en un respaldo estratégico.
Si se quiere también, Pekín busca demostrar que su fuerza militar no depende solo de drones o misiles hipersónicos, sino también de soldados capaces de pensar y decidir por sí mismos. Frente a la automatización total, China apunta al equilibrio: un ejército tecnológicamente avanzado, pero sostenido por cerebros entrenados para calcular sin máquinas, en la convicción de que, incluso en la era digital, la guerra sigue siendo un acto humano.
Entre humanos y algoritmos. En ese sentido, el contraste con Estados Unidos es revelador. Mientras Washington presume o potencia soldados altamente entrenados y confía en la superioridad de sus sistemas de mando, el Pentágono advierte que la excesiva dependencia tecnológica puede ser un talón de Aquiles.
Funcionarios estadounidenses han señalado que, cuando las comunicaciones se interrumpen y la inteligencia artificial se degrada, lo que decide una batalla es la iniciativa humana. Desde ese prisma, China parece haber tomado nota. Su apuesta por rescatar la mente como herramienta bélica no pretende sustituir a la tecnología, ni mucho menos, sino más bien complementarla.
En un mundo donde las máquinas pueden fallar, la verdadera superioridad, según Pekín, puede volver a residir en lo más básico: el cerebro humano.