El fuerte despliegue naval estadounidense en el Caribe venezolano reabre un interrogante que atraviesa la política latinoamericana desde hace más de una década: ¿es posible forzar la salida de Nicolás Maduro y, sobre todo, gestionar el “día después”?
Nadie sabe realmente por qué van hacia allá. La gran pregunta —si en 2025 podría lograrse la caída de Nicolás Maduro— refleja un dilema histórico que atraviesa Venezuela desde hace más de dos décadas.
Para el secretario de Estado Marco Rubio, una victoria en Latinoamérica con Venezuela es una victoria en su agenda de política exterior.
La administración Trump ha elevado la presión sobre Caracas combinando una recompensa multimillonaria, sanciones, acusaciones de narcoterrorismo y ahora fuerte presencia naval. El envío de destructores Aegis — equipados con misiles Tomahawk y capacidades de ataque mucho más allá de la interdicción marítima, submarinos nucleares y más de 4 mil marines— desborda cualquier
lógica estrictamente antidrogas. Se trata de una demostración de fuerza, con un claro componente político: dejar en evidencia la vulnerabilidad del régimen frente a un eventual enfrentamiento directo.
La estrategia parece inscribirse en un patrón clásico: usar el poder militar como instrumento de disuasión, no necesariamente para ejecutar una invasión, sino para provocar fracturas internas y forzar una negociación que abra la puerta a una transición incluida la posibilidad de celebrar nuevas elecciones supervisadas internacionalmente para evitar un nuevo fraude como el de julio del año pasado.
Esto último lo ha expresado el Secretario Rubio desde su inicio de gestiones y dentro del Departamento de Estado es algo muy apetecible.
La resiliencia del régimen
Un problema potencial de entrada es que Maduro no ha negociado su salida, ni siquiera en los momentos de máxima presión, y de momento no existen señales claras de que esté dispuesto a hacerlo ahora.
Sin embargo, el desgaste de su control político es aparente y las muestras de titubeo se han observado desde que Estados Unidos ha presionado al régimen desde varios ángulos.
Pero Maduro no es todo, está el chavismo y las fuerzas paramilitares, aparte del ejército mismo. El chavismo es un entramado de facciones, donde las más radicales, aunque pequeñas en números, controlan los aparatos represivos y tienen mucho o todo que perder frente a una salida de Maduro.
La narrativa de “Maduro o nada” sigue operando como cemento político en torno al núcleo duro del régimen.
Factores de violencia y control territorial
Un análisis estratégico exige mirar más allá de Miraflores. Venezuela alberga un ecosistema de actores violentos y armados que complejiza cualquier escenario de cambio:
• Milicias bolivarianas, con millones de inscritos, aunque poco entrenadas, sirven como fuerza de contención política más que militar. Aunque la mayoría se desbande, 10.000 operativos leales son más que suficientes para desestabilizar cualquier proceso de transición pacífica y democrática.
• Los colectivos urbanos organizados alrededor del Chavismo llevan años acumulando experiencia en control territorial, actuando como brazo intimidante del chavismo en un estado policial con la vigilancia casi a cargo de ellos.
• Las guerrillas colombianas (ELN y disidencias de las FARC) con presencia en estados fronterizos, que funcionan como aliados tácticos y fuentes de ingresos ilícitos.
Estos grupos han estado en la defensiva en medio del conflicto interno colombiano, pero transitan entre las fronteras y prestarían su apoyo frente a una pérdida de Maduro: en medio de un contrataque cercano a estos grupos dentro de Colombia y una caída de Maduro, serán en un sándwich indeseable, por lo que procurarán estirar toda forma de resistencia.
Estos actores no desaparecerían con la captura de Maduro. Al contrario: podrían convertirse en focos de violencia esparcida, impidiendo la estabilización posterior a cualquier ofensiva.
Los límites de una operación militar
Un escenario de invasión quirúrgica, por más tentador en términos teóricos, enfrenta restricciones estructurales. Para tener éxito debería:
- Neutralizar a la cúpula chavista en menos de 72 horas.
- Forzar la rendición de las Fuerzas Armadas y la milicia.
- Conseguir la legitimación de un gobierno de transición en tiempo récord.
Aún cumpliendo esas condiciones, el colapso del orden interno sería casi inevitable. El historial de delincuencia y violencia urbana en Venezuela augura saqueos y enfrentamientos. La ausencia de una policía funcional obligaría a EE.UU. a permanecer meses en el terreno para evitar el vacío de poder. En términos estratégicos, esto supone costos que Washington y el Presidente Trump difícilmente esté dispuesto a asumir.
La oposición y la asimetría de poder
Otro elemento decisivo es la asimetría entre el aparato chavista y la oposición. Esta última carece de estructuras armadas y sus redes de resistencia democrática interna son mínimas porque quedaron muy desarticuladas y en retirada después del fraude electoral de 2024.
En consecuencia, la transición no podría apoyarse en fuerzas locales capaces de garantizar seguridad, sino que dependería de una combinación incierta entre tropas extranjeras, voluntarios prodemocracia y el eventual reacomodo de sectores del ejército derrotado. Hay muchos dentro del exilio que creen que un ataque frontal contra Maduro es condición necesaria y suficiente para colocar fichas en una transición democrática. Sin embargo, muchos de esos personajes no han sufrido las secuelas del crimen y la carestía que han infectado a Venezuela por más de dos décadas.
La apuesta real: presión para un golpe interno y el día después
Más que un preludio de invasión, el despliegue naval parece orientado a incitar un golpe interno o un quiebre negociado. Al mostrar la magnitud del poder naval estadounidense, la Casa Blanca envía un mensaje al círculo chavista: resistir podría significar la destrucción total de sus defensas.
El objetivo sería que parte de la élite decida sacrificar a Maduro para preservar sus propios intereses. El círculo de poder alrededor de Maduro, Cabello, Padrino y el resto de la mafia está calculando el riesgo político de continuar aguantando la presión, provocar a Estados Unidos o reprimir.
El resultado esperado en cualquier escenario no es positivo para ellos ya que están desgastados, aislados y esquinados en este momento.
Sin embargo, queda el dilema estratégico central, el cual no es si se trata de sacar a Maduro por la fuerza militar, sino cómo evitar que su salida abra un escenario aún más caótico. Los colectivos armados, las guerrillas extranjeras y las facciones radicales chavistas son factores de violencia endógena que podrían prolongar el conflicto incluso en ausencia del actual presidente.
Además, Venezuela necesita de una estabilización económica que va más allá de concesiones petroleras, sino de restaurar la industria y el comercio con una inyección de inversión privada.
En definitiva, los destructores frente a Venezuela son un recordatorio del poder estadounidense, pero también de las limitaciones de la fuerza militar para resolver problemas políticos complejos.
Una intervención directa podría derribar a Maduro, pero difícilmente garantizaría estabilidad. La transición dependerá menos de los misiles Tomahawk que de la capacidad de articular un pacto interno —entre sectores chavistas, oposición y actores internacionales— que permita transformar la presión externa en una salida política sostenible con negociaciones complejas al menos para un nuevo proceso electoral y una fuerza pública sometida a un poder civil transicional.
Reflexión
En estas últimas horas están circulando numerosos rumores y versiones de todo tipo.
Ante este escenario complejo escenario marcado por una muy alta incertidumbre, es fundamental actuar con sentido crítico y no dejarse arrastrar por las informaciones sin verificar.
La recomendación es ser muy cautos: contrastar siempre las fuentes, recurrir a medios confiables y evitar difundir noticias de dudosa procedencia, pues muchas de ellas buscan precisamente generar confusión.
En momentos de alta tensión, la mejor actitud es la prudencia y la verificación rigurosa de la información.