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El día después de la muerte en prisión de Aleksei Navalny, némesis del presidente Vladimir Putin, estuvo marcado en Rusia por tres hechos: el silencio del titular del Kremlin; el comportamiento de los medios de comunicación oficiales; y las protestas esporádicas de sus seguidores.

Lo que en otros países causó conmoción, a juzgar por las declaraciones de sus gobernantes y las primeras planas de su prensa, en Rusia devino un sábado normal de invierno.

A lo largo de esta jornada, el mandatario no consideró necesario decir ni una palabra sobre el deceso de “un convicto” (así se refería a Navalny) que en su opinión no merece ser llamado por su nombre, mientras la televisión y la radio públicas, ambas al servicio del Kremlin, se esforzaron por minimizar el impacto de la noticia del fallecimiento del opositor al interior del país: simplemente la excluyeron de sus programas informativos.

Y en ese contexto –pese al riesgo de sufrir represión– hubo personas, la mayoría jóvenes, que el viernes y este sábado salieron a la calle en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades a protestar por lo que están convencidos se trata de una forma de asesinato del líder de la oposición al Kremlin y se enfrentaron a la brutalidad de la policía.

Dispersadas las protestas espontáneas, casi 360 indignados, de acuerdo con datos de la ong OVD-Info, terminaron detenidos en espera de que un juez les imponga una multa por alterar el orden público o los condene a quince días de prisión administrativa, en tanto patrullas de la policía, a lo largo de la vasta geografía rusa, se dieron a la tarea de retirar las flores y las fotos de Navalny que la gente, guardando silencio, iba dejando al pie de monumentos a las víctimas de la represión política, en tiempos de José Stalin, que de pronto se convirtieron en el más adecuado sitio para rendir homenaje al principal adversario político del Kremlin.

Entretanto, la madre de Navalny, Liudmila, en compañía de Vasili Duvkov, uno de los abogados del fallecido opositor, llegó este sábado al centro de reclusión de alta seguridad número 3 del poblado ártico de Harp, donde las autoridades penitenciarias le entregaron copia de un “telegrama” donde le informan de la muerte de su hijo “el 16 de febrero, a las 14:17 hora local”, pero aún no le han entregado la respectiva acta de defunción ni el cuerpo, que hasta ahora sus seres queridos no saben dónde se encuentra.

Así lo informó Kira Yarmish, quien en el equipo del opositor ejerció funciones de su secretaria de prensa y ahora habla, en redes sociales, en nombre de sus compañeros. En palabras de Yarmish, según dijo a la madre un funcionario del centro de reclusión, el Comité de Instrucción de Rusia (CIR), que se ocupa de los casos más complicados que rebasan las competencias de la fiscalía general, se llevó el cadáver de Navalny a la ciudad de Salejard para efectuar un “peritaje histológico adicional” que permita determinar con precisión la causa de su muerte.

Los colaboradores más cercanos de Navalny, todos en el exilio, al margen de cuál haya sido la causa de su deceso, insisten en hablar de “asesinato” de su líder.

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