Buenos Aires. Al conocer la noticia de la muerte del papa Francisco en las primeras horas de este lunes aquí, miles de creyentes iniciaron una verdadera peregrinación desde distintos lugares para a la Catedral metropolitana en la histórica Plaza de Mayo, entre ellos jóvenes lo que sorprendió a analistas y también hacia el barrio de Flores, donde nació Jorge Mario Bergoglio, está la parroquia de San José y allí comenzó su vida religiosa.
Al cierre de esta edición, multitudes asistían a misas en ambos lugares promoviendo a continuar el legado del pontífice.
“El Papa Francisco no murió porque está en todas las villas miseria, en los barrios pobres de nuestro país”, dicen sin dudar habitantes de esos arrabales de la extrema pobreza, con los que el entonces arzobispo de Buenos Aires pasaba sus domingos, sus días libres y a quienes dedicó su vida, vivida con la mayor humildad.
Su trayectoria estuvo marcada por una humildad verdaderamente cristiana, con la que anduvo por esas calles de tierra con los mismos zapatos gastados con que llegó a Roma un día de 2013.
Nunca, ni como arzobispo ni como cardenal utilizó los privilegios que le correspondían y siguió viajando en el metro confundido entre los viajeros que jamás imaginarían que ese sacerdote de vestimenta humilde llegaría nada menos que al Vaticano como jefe de la Iglesia católica y que la revolucionaría para ubicarla en las nuevas realidades en un mundo injusto y cruel.
Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio se dedicó a la creación del Vicariato en las Villas, lo que permitió que en estos momentos tan difíciles los curas de la opción por los pobres trabajen con organizaciones sociales y religiosas para aliviar la dramática situación en que se sobrevive. “Tomaba mate con los vecinos de las villas, compartía la comida y les hablaba todo el tiempo de cómo prepararse para defender sus derechos. Por eso lo esperaban y lo siguen esperando ahora. Pasaba en las villas la Navidad, las fiestas patrias, y fue muy importante su influencia en la Villa 31 ubicada en el rico barrio de Retiro, sin que nunca hayan podido sacar a los pobladores”, recuerdan los habitantes de las villas miserias.
“El legado del Papa Francisco sigue vivo en las villas de Buenos Aires, donde su ejemplo de humildad, trabajo, dedicación y cercanía fueron parte de su sueño de una Iglesia de los pobres dejando unos 22 sacerdotes viviendo en las villas miseria, que dependen del Arzobispado de Buenos Aires y que coordinan la acción pastoral y social de las parroquias y capillas que se encuentran en estos barrios. Estas relaciones las mantenía desde los años 60 como jefe de los jesuitas e inspirados en la Teología de la Liberación y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo”, señaló un dirigente barrial.
Poetas sociales
“Francisco le dio el título de poetas sociales al pueblo organizado. Fue en Bolivia cuando llegó a pedir perdón a Evo Morales, primer presidente indígena de América por la conquista española, en la que participó la Iglesia. Morales lo calificó como el más importante político del mundo y publicó la laudato (la encíclica de 2015), el documento más revolucionario para el siglo XXI. Fue el primer Papa en diseñar instituciones económicas y políticas universales nuevas en una encíclica, la única en 200 años de historia que termina con una oración común no católica para que unifique toda la humanidad”, dijo a La Jornada, Guillermo Robledo, quien junto a Clelia Luro está al frente del Observatorio de la Riqueza Pablo Arrupe.
Luro lleva el nombre de su madre quien se casó con quien fue el obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, al que amparó Bergoglio. Incluso los ayudó a salir del país cuando eran perseguidos durante la pasada dictadura.
Así se hilvanan decenas de historias que no se conocían y que hoy son parte del mismo legado papal que rápidamente lleva a la unidad de diversos sectores que han trabajado cerca del Papa señalando “el camino de unidad en la diversidad”, dice Robledo, quien recordó, entre otras cosas, que Francisco le pidió que avisara a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner que sacara a su hija Florencia del país, a quien querían encarcelar para golpear a la entonces mandataria en su segundo período de gobierno (2015-2019). “A los 15 días Florencia estaba en Cuba”, recordó Roble.
Ana María Careaga, secuestrada embarazada a los 16 años y mantenida en un centro clandestino de secuestro y exterminio, dijo a La Jornada que “la relación del papa Francisco con mi madre Esther Ballestrino de Careaga (una de las tres fundadoras de Plaza de Mayo, secuestradas y asesinadas en 1977) fue un vínculo que dejó una profunda huella en aquel joven que encontró en ella una persona confiable, de una posición ética indiscutible y de la que pudo extraer enseñanzas que fueron determinantes en su vida y en su impronta.
“Ella fue su jefa en el Laboratorio de Análisis Industriales, adonde Bergoglio fue a hacer su práctica de técnico químico”. Durante un encuentro con Ana María en El Vaticano, Francisco le contó que Esther fue la mujer que le enseñó a pensar (a pesar de las diferencias) y le explicaba la geopolítica mundial y también que aprendió de su amplitud política. “Así entablaron un vínculo que persistió entre ellos en el tiempo aun cuando ya no compartían ese espacio laboral. A él se dirigió mi madre para pedirle ayuda en plena dictadura y persecución a nuestra familia, para hacer los libros de mi casa en donde había una enorme biblioteca con las obras completas de Marx y Lenin y otros libros”.
En “nuestro encuentro recordó como ella le había contado acerca de mi secuestro, y los padecimientos de torturas y condiciones infrahumanas durante mi cautiverio. Bergoglio era una persona a la que ella claramente pensó que podía recurrir en momentos límites de la vida como fueron esos años de persecución, muertes y desaparición. Siempre reconoció a las Madres de Plaza de Mayo como luchadoras ejemplares que nos enseñaron el camino. Creo que la impronta de Francisco implicó un antes y un después no solamente en relación a la Iglesia Católica. Nos queda su legado”.