Hoy es 10 de Septiembre de 2024, Chihuahua, MX.

‘Adictas a un Hombre Anónimas’. Leí por primera vez el nombre en redes sociales, mientras buscaba textos de corte feminista que hablaran sobre la dependencia emocional. El nombre desde el principio me asustó. Nadie quiere reconocerse como adicta y menos hacia un vínculo amoroso, por la manera en que expresamos el amor hacia nuestras parejas.

Supe que se trataba de un grupo de autoayuda, de mujeres para mujeres que sobrevivieron relaciones tóxicas, pero que también se reconocen con patrones de conductas obsesivas, de control, celos y manipulación.

AHA, por sus siglas, se nombra como “una comunidad de mujeres que comparten sus experiencias, fortaleza y esperanza para resolver y recuperarse de su obsesión con un hombre”. Siguen un programa de 12 pasos. Tienen sus propias reglas, organización y literatura conformada por cinco libros de reflexiones, sugerencias, manuales y tradiciones.

No se consideran una secta, tampoco están agrupadas a religiones o partidos políticos. Es una fraternidad de mujeres que apoyan a otras que han sido lastimadas, que descubrieron que no siempre más es mejor y que al dedicarse a alguien más se perdieron.

Tras una simple ‘googleada’ se pueden leer algunas historias de quienes han acudido por ayuda, pero también memes, burlas, descalificaciones. “Mi nombre es Regina y yo soy severamente adicta a los hombres chichones”, se burla una chica en un TikTok.

Pedí informes en sus redes sociales, donde comparten citas, fragmentos e incluso memes sobre la deconstrucción del amor romántico. Las imágenes, me confesarán, se las ‘roban’ de algunos ilustradores y ellas solo es ponen frases de contexto.

“Que te respeten es más importante a que te presuman”; “Lo que buscas no está en Tinder”; “No sé por qué tengo miedo de que te vayas si ni estás”; “¿Por qué tantas se obsesionan con el hombre equivocado, emocionalmente inadecuado?”.

“Si no hay ternura, si no hay placer, si no hay confianza y honestidad, si no se puede disfrutar, nosotras nos vamos ya: no aguantamos más”, leo entre sus publicaciones una frase de la escritora Coral Herrera.

Noté que tenían varias sedes. Escribí al WhatsApp para acudir al grupo más cercano. “Lo único que se requiere es el deseo de querer rehabilitarse para tener relaciones sanas”, respondieron del otro lado de la línea. Pero qué grupo es este, me pregunté. Me apunté para ir a escucharlas.

El encuentro con las mujeres que quieren demasiado
Es una tarde lluviosa de julio. Llego a un local muy pequeño de la colonia Nativitas, al sur de la Ciudad de México. La fachada, muy reducida de apenas un piso, está decorada de color pistache y en lo más alto una lona blanca se extiende con el anuncio de otro grupo.

Este mismo local sirve como centro de reunión de un grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) y tres días por semana recibe a mujeres que llegan a contar cómo el querer controlar a sus parejas les ha provocado perder sus propias ilusiones de vida, mujeres que ya no creen ni en las estructuras del patriarcado ni en el amor romántico.

Se encuentra en la calle Emma de la Benito Juárez, la alcaldía más rica de la Ciudad de México, aunque en ese espacio la opulencia no se filtra. Las reuniones son sólo para mujeres, donde no se distinguen edades, condiciones sociales ni económicas. Asistir no tiene costo, pero sí hay una donación voluntaria para sostener el local.

–Buena tarde, compañeras, mi nombre es Adriana y soy adicta a un hombre.

–¡Hola Adriana!

Escucho hablar a una mujer de 38 años en un podio y cuenta a las demás sobre sus emociones en los últimos días. Sabré que es maestra y se siente culpable por terminar el ciclo escolar cansada y sin energías para sus alumnos.

–He estado preocupada compañeras. Llevo seis meses en abstinencia y la verdad ya me andan dando ganas de volver a tener una pareja. No les voy a mentir, sí he tenido mis salidas con nenes, pero me da miedo, compañeras. Siento que ya no podría aguantar otra más como la que me pasó con el Beto, compañeras. Pero poco a poco.

El modesto espacio huele a pino. Hay sillas de plástico, un escritorio, un baño en la esquina a la derecha y junto una tribuna de madera, como de iglesia. Resaltan dos grandes cuadros con los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos y los 12 para las que vuelcan su dependencia a un hombre. “Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para distinguir la diferencia”, dice una frase que ilustra la mitad del salón.

De pronto me piden levantarme y al hacerlo todas me dan un aplauso.

–Es una decisión importante la que acabas de dar al pasar por esa puerta –dice la facilitadora de la sesión.

Me pidieron explicar la razón por la que las visitaba. No pasaron más de cinco minutos cuando, de pronto, no pude contener el llanto. No es fácil hablar de una misma cuando, por profesión, sueles hablar de los otros. Es una catarsis por la que atraviesan todas las mujeres que forman parte. Las heridas de la infancia llegan más lejos de lo que nos podemos imaginar: el temor a ser abandonado y el deseo por controlar a la pareja con la única ilusión de que no te hagan vivir el mismo daño que sentiste en la niñez.

Mientras explicaba fui acogida por una caja de Kleenex, por un café con dos cucharadas de azúcar, por la mirada apacible de las mujeres que estaban ahí. Sin juicios, sin burlas, sin consecuencias. De pronto lo anunciado en la entrada tuvo sentido:

–¡Ya no estás sola!

Así nació ‘Adictas a un Hombre Anónimas’
Adictas a un Hombre Anónimas surgió ante la necesidad de construir un espacio seguro para mujeres que se sienten incomprendidas y juzgadas por su dificultad mental y física para abandonar ciclos de violencia con hombres inestables, violentos o adictos. Lo ejemplifican usando en la portada de uno de sus libros una frase del filósofo francés, Voltaire, que dice: “Es difícil liberar a quien venera sus cadenas”.

Muy probablemente, en un país con altos índices de violencia feminicida, muchas mujeres nos hemos enfrentado con historias similares a través de nuestras madres, hermanas, amigas, primas, en circunstancias de violencia familiar. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), siete de cada 10 mujeres en México han declarado haber sido víctimas de alguna forma de violencia en algún momento de sus vidas.

Y no hemos tenido un espacio para nosotras. Se nos ha juzgado por mostrar el enojo, la rabia y sentimientos de oscuridad. Simplemente una mujer que siente demasiado se considera peligrosa. Nos han llamado brujas y fuimos quemadas en la hoguera, histéricas que fueron medicadas y drogadas, incluso ridiculizadas como “tóxicas”.

La fuerza de sacar al colectivo lo que reprimimos en privado es sanador. Si algo nos enseñó el feminismo es que lo personal es político y se refleja entre nosotras y a través de nosotras.

Celia es la madrina de todas. Enfermera de profesión, 69 años, y habitante del municipio de Ecatepec de Morelos, Estado de México. Dice que fundó Adictas a un Hombre Anónimas encontrando en su propio dolor la fuerza para ayudar a otras.

–Mis relaciones de pareja han sido muy conflictivas, muy dolorosas. No entendía por qué lo vivía y muchas veces creí que era por mi culpa. Que yo no era lo suficientemente agradable, atractiva. Me empezaba a esforzar por satisfacer a la pareja, pensando que su maltrato, rechazo o abandono eran a causa de deficiencias que yo tenía.
Acudió con psicólogos, psiquiatras, incluso encaminó su fe a diversas religiones hasta abrirse con tarotistas y brujos que hacen amarres para entender por qué sus relaciones no funcionaban y se tornaban violentas. “Me prometían que si yo le rezaba a Dios mi matrimonio podría mejorar”, recuerda.

Después de 22 años en dos matrimonios fallidos con hombres alcohólicos, violentos e infieles, su salud mental estaba deteriorada. Tomó fármacos para tranquilizar la ansiedad, pero al poco tiempo se hizo adicta a los antidepresivos y al alcohol.

–Yo justificaba sus malas conductas […] que yo estaba ahí para rescatarlos, cuidarlos, y ellos en gratitud, me iban a amar también. Ahí me veía limpiándoles sus borracheras, curándoles sus crudas, soportando sus infidelidades. Cuando me golpeaban creía que yo había hecho algo mal […]. Hasta ahora entiendo que cuando una persona está tan devaluada y tiene baja autoestima, los demás se aprovechan –comenta la fundadora.

Comenzó a asimilarlo. En lugar de enfocarse en comprender qué le impedía salir de esos círculos de violencia, pudo entender su circunstancia y tener mayor empatía hacia sí misma. El primer grupo en México lo abrió Celia el 10 de junio de 1994. Era un espacio prestado, con apenas algunas sillas, apoyada en personas que formaron parte de AA. Celia construyó un programa que también podría ayudar a otras mujeres para enfrentar sus dolencias. Construir grupos de apoyo entre mujeres que se sienten de la misma manera.

–Como Dios me dio a entender abrí ese grupo. Hicimos volantes, carteles y empecé a invitar a mujeres que pudieran estar en mi misma situación.

Al inicio pocas mujeres asistieron a las reuniones pero, de a poco, comenzaron a llegar aquellas que eran víctimas de violencia buscando resolver sus problemas de pareja.

Siguieron un plan de 12 pasos, al igual que AA o con personas con otros padecimientos obsesivos. Actualmente hay 15 grupos en México. Uno Valle de Bravo, dos en la Ciudad de México. Otros estados como Zacatecas, Puebla, Yucatán y Monterrey han replicado el programa. Mientras que en Ecatepec —donde brotó el programa— existen ocho grupos, en dos se trabajan con hombres con el mismo padecimiento.

Poco a poco ha logrado conformar una cofradía en la que, calcula Celia, se han apoyado cientos de mujeres que quieren romper con los mitos del amor romántico: el sacrificio y la sumisión.

Estas son algunas de sus historias
Pasan de las ocho de la noche y ante el panorama de inseguridad en Ecatepec, en el grupo de Adictas a un Hombre Anónimas el ambiente es más de paz que de miedo.

El espacio es un pequeño local dentro de un condominio habitacional con portón de vigilancia. Nadie puede ingresar sin autorización de los vecinos o de la administración de AHA, por seguridad de sus asistentes. Entre paredes blancas resalta una entrada de cristales. Unas letras grandes en azul dan la bienvenida a las visitantes al grupo que sesiona todos los martes, jueves, sábados y domingos. “Mujer: tienes problemas en tu relación de pareja. Hay una solución. Ya no estás sola”, son algunos de los mensajes pintados con letras rosas.

Las mujeres ingresan al espacio, se saludan con un abrazo, se acomodan en sillas de plástico y reparten una rosca de pan y tazas de café para comenzar el conversatorio. Antes de iniciar organizan la ronda de guardias, para designar a compañeras que acudirán a cuidar este espacio los días en los que no hay sesión.

​Mariana, de 66 años, lleva dos décadas acudiendo a las sesiones. Esta noche llega confundida sobre las consecuencias de amar demasiado. Una de sus compañeras acaba de morir. Era joven, psicóloga de profesión, pero afectada por su relación con un hombre alcohólico. Le dio un infarto. Si bien no es la razón clínica de su fallecimiento, confiesa que la salud de su compañera se agravó debido a una relación amorosa violenta, si respondía o no los mensajes o llamadas, si salía de noche y regresaba días después.

La adicción y codependencia no distingue edad, nivel socioeconómico, tampoco grado profesional. Las personas que llegan son de diferentes edades, entre 18 y 20 años, así como honorables mujeres mayores. Acuden también amas de casa, servidoras sexuales, abogadas, doctoras, psicólogas, “porque la enfermedad no distingue”, explica Celia.
Aunque vienen de múltiples contextos, las experiencias sobre sus relaciones de pareja son compartidas y es a través de escucharse unas a otras que comienzan a encontrar su proceso de sanación.

–Entendí que, si tuve un padre alcohólico, de nueve hijos que fuimos, la única que tomó ese comportamiento de codependencia tan grande fui yo –dice Ámbar, de 50 años–. Me convertí en la mamá de mi papá o en su esposa chiquita […]. Aquí vine a entender que la ayuda era para mí y no para el alcohólico. El grupo me enseñó que tengo que dejar vivir y que la gente que está conmigo viva sus propias consecuencias y yo, vivir las mías.

Pese a identificarse dentro y parte de relaciones autodestructivas o violentas, la recomendación de AHA no es necesariamente terminarlas, sino entender lo que motiva las conductas personales de control, codependencia y celos.

En el caso de María, de 40, descubrió que sus ideas suicidas se debían a las infidelidades de su marido. Lo había intentado varias veces antes. En la última ocasión fue encontrada por su familia cuando los alertó el llanto de su bebé. Encontró el grupo de AHA navegando por internet, después de hacer un test sobre codependencia.

–Yo no sabía que estaba enferma, sólo que todo el tiempo quería estar llorando. Lo único que me calmaba era hacerme daño o la idea de suicidarme, tenía en la mente que eso iba a ponerle fin a todo lo que sentía –cuenta la mujer. Cada que salida contaba los pisos del edificio para calcular si al aventarse sería suficiente para ya no despertar más.

Llegó al grupo de Ecatepec hace un año y se dio cuenta que su estado de ánimo no puede depender de los otros y que la única que podía salvarse era ella misma.

¿Y qué dicen las especialistas de estos grupos? “No podemos culparlas”
Aunque estos generan un impacto positivo en mujeres vulneradas por relaciones destructivas y que, en algunos casos, no pueden acceder a terapias de salud mental públicas o privadas, existe un problema al “patologizar” la violencia, afirma la consultora y psicoanalista especializada en violencia de género, Marilú Rasso.

“Si bien es importante comprender las raíces de la violencia para ir construyendo autonomía, no podemos culpabilizar a las mujeres como si estuviesen enfermas y entonces siguen un patrón que las llevan a cierto tipo de relaciones”, comenta, esto provoca que se olvide que la violencia es una problemática social compleja e histórica inmersa en un sistema patriarcal, que ha impuesto jerarquías, estereotipos, mandatos y roles; donde las mujeres han sido puestas en lugar de inferioridad.

“La patologización se puede hacer tanto para entender las conductas del agresor, como para entender a las personas que están siendo víctimas, pero no ayuda a comprender el fenómeno y tampoco a encontrar alternativas para su erradicación […]. No vivimos rodeados de monstruos, más bien [vivimos] en una cultura que ha normalizado conductas violentas”, comenta la directora de Espacio Mujeres.

Ecatepec, la cuna de los feminicidios
El grupo Adictas a un Hombre Anónimas acaba de cumplir 30 años. Cuando Celia lo fundó, en México aún no se incorporaba el término de feminicidio para nombrar a los asesinatos de mujeres por el simple hecho de serlo. Los casos eran escondidos bajo la idea de “crímenes pasionales” justificando que una mujer pudiera ser ejecutada a manos de su pareja, su padre, hermanos, tíos o cualquier hombre con un poder sobre ellas. Era el año de 1994, mientras Celia emprendía el centro de apoyo, otras luchaban formando movimientos por la desaparición y asesinato de mujeres en Ciudad Juárez.

El semillero de AHA es Ecatepec, de los lugares más peligrosos con doble alerta de género por su alta incidencia en desapariciones y feminicidios. Durante 2023 el Estado de México fue puntero de feminicidios al registrar 80 casos, mientras que en los primeros seis meses de 2024, se han registrado 33 asesinatos de mujeres por razones de género.

“Este programa de AHA puede ayudar a cualquier persona que está sufriendo, porque esta terrible enfermedad nos puede llevar al manicomio, al panteón o a la cárcel. Por la gracia de un poder superior estoy aquí y no llegué a lo último del violentómetro”, dice Mariana, quien reconoce que ha mejorado su dinámica en pareja.

En este municipio hay ocho grupos de AHA, las reuniones son diarias. Los centros se encuentran entre vecindarios donde hay poca iluminación, entre las viviendas cercanas hay espacios baldíos de terracería, además de estar rodeado por el Río de los Remedios, donde han sido localizados cuerpos sin vida de mujeres. Mientras que las autoridades del estado presumen como alternativa la incorporación de más patrullas, rondines y policías, estas mujeres se unen para escuchar y alentarse.

–Cuando llegan al grupo, todas temerosas, incrédulas, con una expectativa de que a lo mejor estando ahí les vamos a ayudar a que su relación se componga, que su pareja cambie, que se les quite el sufrimiento que les causa su relación, pero ni por asomo se les ocurre que quienes tienen que cambiar son ellas –dice la fundadora de AHA.
Cada reunión es un abrazo y, con suerte, acompañamiento para quienes no pueden acceder a costosos servicios de salud mental.

Con información de Milenio

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