El símbolo por excelencia del Viernes Santo es la Cruz. Se adora, se besa, se contempla. En muchas iglesias se coloca en un lugar especial para que los fieles se acerquen en silencio y oración, acompañando a Jesús en su sufrimiento. El altar se despoja. No hay flores, ni cantos, ni luces. Solo la cruz, con cuatro candelabros encendidos.
Una de las tradiciones más conmovedoras de este día es la lectura de las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz. Palabras que resumen su mensaje, su perdón, su abandono, su amor hasta el extremo. «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Así muere el Hijo de Dios, entregando su vida por todos, incluso por los que lo negaron, lo insultaron, lo clavaron.
Las siete palabras de Jesús:
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
(Lucas 23, 24)
En verdad te digo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23, 43)
Hijo, he ahí a tu Madre: Madre, he ahí a tu hijo.
(Juan 19, 26)
¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27, 46)
Tengo sed.
(Juan 19, 30)
Todo está consumado.
(Juan 19, 30)
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
(Lucas 23, 46)
Un día de ayuno y penitencia
El negro es el color del Viernes Santo, símbolo de luto profundo pero no carente de esperanza. Como señaló Eulalio Ferrer en Los lenguajes del color, es un tono que «abriga la fe divina».
Por eso en este día se cubren las imágenes y se guarda silencio. Jesús ha muerto. El Hijo ha entregado su espíritu y su madre, la Virgen María, lo vela en silencio, vestida también de negro como tantas imágenes que recorren las calles en señal de duelo.
El ayuno y la abstinencia son obligatorios en este día como signo de penitencia y unión con el sufrimiento de Cristo. Las procesiones acompañan ese camino simbólico hacia el Calvario. A lo largo del día, pasos e imágenes recorren las calles con himnos y oraciones, en recuerdo del sacrificio de Jesús por la salvación de la humanidad.
Información tomada de El Debate