Un sueño ‘neohippie’ se hace realidad cada verano: exponernos a una situación de supervivencia y colaboración, despojándonos de los servicios a los que estamos habituados. Y aunque parece festival de música avant-garde, este encuentro sentencia cada año: “esto no es un festival”. Ni de música ni de arte, a pesar de estar lleno de electrónica extasiante de primer orden, performances mil y hermosas esculturas efímeras de gran formato.
Tampoco es una organización con fines de lucro, nada se vende ni se cobra ahí, salvo el boleto de acceso que sólo sustenta los gastos, además del transporte aéreo para llegar en avión privado a un paraje deshabitado en el desierto de Nevada, Estados Unidos, donde se lleva a cabo; esto es, a 145 kilómetros de la ciudad más cercana, Reno.
¿Qué es entonces el misterioso no-festival anual de nombre ‘Burning Man’, que la semana pasada en su edición 2024 logró reunir a más de 70 mil asistentes?
Cada año, en medio de la nada, sobre la cuenca de un lago seco, a lo largo de una semana a finales de agosto, se levanta una “ciudad” efímera bautizada como Black Rock City, la cual debe ser desmontada al término del encuentro, respetando el sitio tal y como se encontró.
La organización no provee ningún servicio –salvo agua, hielo y asistencia médica–, de modo que cada quien debe llevar lo que considere necesario para sobrevivir una semana, tal y como haría un campista promedio, en casa de campaña, remolque o casa rodante. No está permitido el comercio ni el uso de dinero, por lo que, de precisar algo que no se lleve consigo, es posible recurrir al trueque.
Dato para dimensionar su excentricidad: la organización instala un aeropuerto emergente para dar cobertura a los cientos de avionetas y aviones privados que se dan cita, con todo y expertos controladores aéreos, para la seguridad de los convidados.
El personal, como casi todos los involucrados en la operación del ‘Burning Man’, colabora de manera voluntaria, incluyendo a los operadores de este aeropuerto temporal; sus gastos son sufragados con el servicio aéreo extra que ofrecen a quienes no poseen aeronaves, por ser llevados y traídos de San Francisco al desierto de Nevada y viceversa.
Como muestra de lo que ello implica, un botón: el costo del viaje redondo es de unos tres mil dólares. Además de casi 600 dólares por el acceso y 140 por el estacionamiento –si uno llega por la vía terrestre–. Otro dato que revela lo “movido” del asunto: al cierre del festival que concluyó el pasado 2 de septiembre se registraron hasta 326 operaciones de vuelo.
Musicalmente, durante una semana completa, el perfil sonoro es totalmente ‘raver’: aquí el techno, el progressive y el house-tech, con toda su ideología de hermandad y unidad con la naturaleza, tienen todo que ver. En la última edición, destacaron DJs y productores como Diplo, Carl Cox, Lee Burridge, Goldfish, Charlotte de Witte, Skrillex, Black Coffee, Nina Kraviz.
El nacimiento del festival ‘Burning Man’
¿Cómo surgió esta locura? En 1986, Larry Harvey y Jerry James, en un arranque simbólico durante un solsticio de verano, quemaron una figura de madera de 2.7 metros en Baker Beach, San Francisco, en la inauguración del festival.
El ritual fue creciendo año con año con música y diversas expresiones performáticas, hasta que fue prohibido por las autoridades locales y trasladado al desierto de Nevada, como una apuesta social, una aspiración ideal de humanidad, infundada por la manifestación artística y la autosuficiencia. Desde entonces se ha convertido en un fenómeno cultural que atrae a decenas de miles de participantes de todo el mundo, en medio de un paisaje distópico a lo ‘Mad Max’.
El evento anual era producido por la compañía Black Rock City LLC., pero a partir de 2013 lo realiza la organización sin fines de lucro ‘Burning Man Project’. A pesar de que su actividad anual se desarrolla en el espacio desértico de Nevada, se ha expandido en pequeñas células a diferentes ciudades de Estados Unidos e internacionalmente; esto es, se llevan a cabo breves campamentos que aplican el mismo espíritu de comunidad y autosuficiencia, casi como si se tratara de actividades terapéuticas. Y es que ‘Burning Man’ es ante todo un concepto, una filosofía, más que una franquicia comercial.
La filosofía, la música, la paradoja
Desde su creación, ‘Burning Man’ se basa en diez principios que guían la experiencia de los participantes. Algo así como un gran taller o laboratorio guiado por normas de comportamiento comunitario ideal, utópico, naive, con toques de scouting y ambientalismo.
“Inclusión radical”: todos son bienvenidos sin importar quiénes sean o de dónde provengan. “Deco-modificación”: no hay transacciones comerciales. “Donación”: todo se basa en regalar sin esperar nada a cambio. “Autoexpresión radical”: se fomenta la expresión individual única, sin juicios ni restricciones. “Esfuerzo comunal”: cooperación y colaboración son esenciales.
“Responsabilidad cívica”: ser responsables de sí mismos y la comunidad. “No dejar rastro”: dejar el lugar como lo encontraron. “Inmediatez”: vivir el presente, valorar la experiencia directa, evitar la mediación tecnológica. “Autosuficiencia radical”: estar preparados para llevar lo necesario y sobrevivir en el desierto.
“Conformar esta experiencia de camping en la naturaleza es un experimento cívico, cuyo objetivo es el mismo desde que iniciamos: mejorar al mundo. En este momento de división social, aislamiento y cada vez menos conexión entre seres humanos, el antídoto que ofrecemos es unión, bienestar mental y creatividad, a través de música, arte, aprendizaje y compromiso social […].
“No ha sido fácil, pero es muy satisfactorio ver cómo logramos hacer salir a la gente de su burbuja y reunirse, crear e innovar entre personas de distintos orígenes y creencias. El riesgo ha merecido la pena y la recompensa ha sido el crecimiento personal de cada uno”, ha declarado Marian Goodell, directora ejecutiva de ‘Burning Man Project’, involucrada en la organización desde 1995.
Cada año, adopta una temática. Ejemplos recientes: ‘Animalia’ en 2022, ‘Walking Dreams’ en 2023 y este año ha sido ‘Curiouser & Curiouser’, inspirada en la obra de ‘Alicia en el país de las maravillas’, de Lewis Carroll; los organizadores invitaron a los ‘burners’ –como llaman a los asistentes– a explorar desde la curiosidad, lo irracional y lo absurdo:
“Abrazar lo desconocido, sumergirse en un mundo surreal donde las reglas convencionales no se apliquen; generar un entorno que desafíe la lógica y celebre lo impredecible”, dictaba la convocatoria.
‘Flower Power’ en el desierto
A pesar de que los asistentes desembolsan una buena suma de dinero, este ‘no-festival’, como el ‘no cumpleaños’ de Alicia, se ha convertido en una interesante paradoja en la que personas con mucha riqueza pagan por ir a vivir la experiencia excéntrica de la austeridad. Sobrevivir a un sueño que combina los ideales comunales del Flower Power de finales de los años sesenta con el mundo distópico de ‘Mad Max’.
Quizá cualquier persona de América Latina, por ejemplo, podría decir que la vida en Black Rock City no dista mucho de la creatividad colaborativa que surge naturalmente en nuestros países en resiliencia.
Un golpe de realidad climática
Burning Man está sirviendo en la práctica como un laboratorio experimental para generar tecnologías regenerativas y prácticas sustentables innovadoras que generan cero emisiones.
Black Rock City tiene mil 188 campamentos ubicados a lo ancho del orbe, y a decir de Bryant Tan, director asociado de planificación urbana de la organización, el 52% de ellos están trabajando en la hoja de ruta de la Agenda 2030 para la sostenibilidad ambiental, y el 61% están usando energía alternativa, principalmente solar.
Pero no todo podía ser flores en el pelo y rondas cantabiles con muchos hippies tomados de los brazos para siempre: con todo y planeación impecable, en 2023 el sueño se les salió de las manos y una tormenta inesperada derivó en miles de personas varadas, e incluso una persona fallecida, no sólo hizo que muchos supieran de su existencia por primera vez, sino que rompió los esquemas idealistas del ‘Burning Man’.
Por fortuna no hubo más defunciones y los rescates fueron exitosos, sin embargo, esta mala experiencia hizo que para la edición 2024 hubiera una baja considerable de asistencia, de casi diez mil personas menos de lo esperado.
Tanto así, que de última hora sacaron a la venta algunos boletos a menor precio, al ver que la compra de accesos no despuntaba. La catástrofe de 2023 manchó su reputación y puso a replantear a los organizadores sus propósitos y mecanismos.
Afortunadamente, el evento ocurrido la semana pasada se llevó a cabo exitosamente y sin contratiempos, regalando hermosas y coloridas experiencias visuales.
Con información de Milenio