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El Gobierno de EEUU está decidido a impedir a toda costa que las GPU para inteligencia artificial (IA) más potentes que fabrican las compañías estadounidenses caigan en las manos de China. La Administración liderada por Joe Biden remarca siempre que tiene la ocasión que el Gobierno de Xi Jinping tiene la capacidad de utilizar estos chips para desarrollar su potencial armamentístico, y EEUU está haciendo todo lo que está en su mano para evitarlo.

Sin embargo, seguir la pista a las mercancías en un mercado global tan estratificado como el actual no es sencillo. El Departamento de Comercio de EEUU, que está regido por Gina Raimondo, impone desde hace ya casi dos años controles de exportación muy estrictos a NVIDIA, Intel, AMD y otras empresas que recaen bajo su redil. Y a pesar de todo las GPU de vanguardia para IA siguen llegando a China. Presumiblemente no en grandes cantidades, pero continúan campando a sus anchas.

No es posible controlar completamente la cadena de distribución

El diario The New York Times ha publicado un reportaje en el que defiende que las compañías chinas que aparecen en la lista negra de EEUU están consiguiendo eludir las sanciones. Y para lograrlo están recurriendo a una argucia ingeniosa: están creando nuevas empresas a través de las que compran y distribuyen el hardware controlado por EEUU hasta el momento en el que son identificadas por la Administración estadounidense. En ese impás las compañías que han sido detectadas cierran y sus responsables ponen en marcha otras equiparables que se dedican a la misma actividad.

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Las empresas chinas «pantalla» están llevando a cabo transacciones que contienen desde unos pocos cientos de GPU hasta miles de estos chips

Para la Administración estadounidense no es fácil seguir la pista a todas las empresas chinas que nacen con este propósito. De hecho, The New York Times asegura que estas últimas están llevando a cabo transacciones que contienen desde unos pocos cientos de GPU hasta miles de estos chips. Una de ellas en particular es una operación valorada en nada menos que 103 millones de dólares. Y los compradores de este material son, como cabe esperar, empresas estatales o afiliadas al Estado chino, o bien compañías sancionadas por EEUU por su colaboración con la industria de defensa china.

NVIDIA, Intel, AMD, Qualcomm y las demás compañías estadounidenses que participan en la industria de los semiconductores de vanguardia no pueden controlar exhaustivamente el destino de cada uno de sus chips. Pueden rastrear los movimientos de sus clientes inmediatos, y también los de los compradores secundarios, pero no pueden trazar el itinerario de sus productos mucho más allá, y mucho menos llegar hasta el destinatario final. Es un propósito impracticable tanto desde un punto de vista operativo como económico.

El principal problema al que se enfrenta la Administración estadounidense consiste en que para China es muy sencillo crear una empresa y comprar chips de vanguardia antes de que EEUU identifique su propósito y caigan sobre ella las sanciones. Al Departamento de Comercio le está resultando materialmente imposible tapar todas las grietas, y nada parece indicar que este panorama vaya a cambiar. Al menos a medio plazo. En estas circunstancias la estrategia más eficaz para EEUU no es otra que impulsar su propia industria de los semiconductores para acelerar su desarrollo y distanciarla tanto como sea posible de la pujante industria china de los chips.

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