La espiral de violencia urbana que se ensaña sobre diversas ciudades de Colombia cobró esta madrugada la vida de otros tres jóvenes en la suroccidental ciudad de Cartago, cíclicamente golpeada por acciones de carteles de la droga.
Según fuentes oficiales, los jóvenes departían en la vivienda de un barrio marginal de la ciudad cuando fueron atacados con armas automáticas desde dos motocicletas. Tres fallecieron al instante y uno mas resultó gravemente herido.
El casi idéntico parte emitido en estos casos por la policía atribuyó los hechos a “venganzas entre grupos de micro tráfico que se disputan el mercado de las drogas a sangre y fuego”.
La noticia de la matanza en Cartago se produjo justo en momentos en que la agenda informativa de los últimos días ha estado marcada por una sucesión de crímenes atroces, en especial contra mujeres, narrados en vivo y en medio del estupor de la ciudadanía.
La historia de una joven atacada a cuchillo por su ex pareja en un centro comercial de la ciudad y el posterior intento del asesino por quitarse la vida, copó la atención mediática en los primeros días de la semana pasada, pero pronto esta noticia quedó sepultada bajo las imágenes de una niña de tres años que llegó moribunda al hospital Kennedy, al sur de esta capital, luego de recibir una paliza de su padrastro, quien -se supo horas mas tarde- abusaba sexualmente de la bebé y de dos hermanas, de cinco y siete años.
Aunque la mayoría de analistas coincide en que estas expresiones de violencia urbana son el fruto de una acumulación de realidades complejas sin resolver, como el desempleo y la ausencia de un sistema educativo que privilegie el valor de la vida, las cifras llaman la atención a gritos: Sólo en Bogotá los casos de la llamada violencia intrafamiliar pasaron de 36 mil en 2022 a casi 45 mil el año pasado. De acuerdo con la concejal Diana Diago, las mujeres se llevan el 75 por ciento de las agresiones, seguidas por los menores de edad.
Las estadísticas, con toda su carga de frialdad, no dejan de ser un angustiante termómetro para las ciudadanas de a pie, que cada vez más repiten una frase tan irónica como descriptiva: “el lugar más peligroso para las bogotanas es su propio hogar”.
…y en el campo suenan los tiros
Esta exacerbación callejera de la violencia urbana se complementa con lo que sucede en los vastos territorios de la periferia rural, donde la guerra sin fin entre grupos armados irregulares y la fuerza pública pasa a diario su factura de muertos, heridos y desplazados.
El eterno tire y afloje entre el gobierno del presidente Gustavo Petro y fuerzas insurgentes que sostienen diálogos de paz con el ejecutivo, no solo crea un clima de incertidumbre y zozobra entre la población civil de los territorios de la guerra, sino que es aprovechado por otros grupos irregulares para ampliar su presencia territorial y su influencia política a punta de tiros.
No en vano, representantes de Coscopaaz, una agremiación de campesinos del sur del país, le advirtieron ayer al gobierno que, si no pone a andar de inmediato los proyectos productivos que ha ofrecido para el desarrollo territorial, dejarán de apoyar las pláticas de paz y se prepararán para otro largo periodo de lo que mejor saben hacer: sobrevivir con sus familias en medio de la guerra.