México necesitaba desesperadamente que a los mexicanos les importaran los axolotes. Así que los puso en los billetes

El fenómeno cultural en torno al ajolote mexicano empezó con un gesto aparentemente modesto: su aparición en un billete, parte de un proceso de diseño en el que especialistas en Xochimilco asesoraron al Banco de México para representar fielmente a esta especie única y a su ecosistema chinampero. La intención inicial era pedagógica y simbólica, pero terminó desatando un entusiasmo inesperado de dimensiones desconocidas.

La criatura que conquistó un país. Como decíamos, la irrupción en 2021 del ajolote en el billete mexicano de 50 pesos transformó por completo la relación del país con una especie que, hasta entonces, era conocida solo por especialistas y habitantes de Xochimilco

Desde el primer día de circulación, el diseño cautivó a millones de personas, no solo por su estética, sino por la figura suave y enigmática del anfibio que, sin proponérselo, encarnó una mezcla de ternura, identidad y orgullo cultural.

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Sin millones en circulación. El billete se convirtió en un fenómeno inmediato: coleccionistas, familias y jóvenes comenzaron a guardarlo como un pequeño tesoro, lo que explica que, más de cuatro años después, el Banco de México (Banxico) haya dado a conocer a través de un informe que 9,8 millones de mexicanos guardan o coleccionan este billete como si se tratara de un tesoro y hayan decidido apartarlo de la circulación. 

De hecho, el banco ha detallado que el 68% de los consultados, quienes respondieron que guardan o coleccionan este papel moneda, tienen de una a cinco unidades. Según el cálculo, si 9,8 millones de mexicanos preservan un billete de 50, se estima que alrededor de 490 millones de pesos de esta divisa, o su equivalente aproximado a más de 26 millones de dólares, están fuera de circulación. Alucinante.

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Premios. Su éxito llevó incluso a que fuera premiado internacionalmente como billete del año, consagrando lo que ya se intuía: la imagen del ajolote había conectado con una sensibilidad colectiva que iba mucho más allá de lo económico. 

Y detrás de esa imagen había un animal real, una ajolota llamada Gorda, seleccionada tras un cuidadoso proceso de documentación y fotografía, que terminó convirtiéndose en una figura nacional sin que nadie lo planeara.

La vida cotidiana de la Gorda. Gorda vive actualmente en Axolotitlán, el Museo Nacional del Ajolote, donde permanece en una pecera profunda y cuidada en la que ya no se la expone de manera constante debido a su edad avanzada. Aun así, quienes la visitan pueden reconocerla por unas pequeñas manchas blancas en la cabeza, un rasgo que terminó convirtiéndose en su seña de identidad. 

Su fama ha generado un ecosistema paralelo de objetos y recuerdos (desde peluches hasta tazas y prendas de ropa) que han reforzado su presencia en la vida cotidiana del país. Pero más allá de la cultura popular, los especialistas han recordado que la admiración también implica responsabilidad: el ajolote es una especie extremadamente frágil, dependiente de un entorno específico, y su súbita notoriedad solo tiene sentido si se traduce en una mayor conciencia sobre su conservación. La historia de Gorda demuestra que un solo ejemplar puede convertirse en puente entre la ciudadanía y la naturaleza, pero también que la emoción colectiva debe ir acompañada por decisiones que garanticen la supervivencia de la especie.

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Una criatura extraordinaria. Las cualidades biológicas del ajolote, desde su capacidad para regenerar extremidades, tejidos e incluso partes del cerebro, hasta su respiración por agallas, piel y boca, o su condición de salamandra que no completa la metamorfosis, lo han convertido en un animal único en el mundo. 

Sin embargo, esa singularidad convive con una situación crítica: el Ambystoma mexicanum está catalogado en peligro extremo de extinción y la destrucción de su hábitat ha sido constante durante décadas. Xochimilco, el único lugar donde esta especie existe de forma natural, enfrenta una combinación de amenazas: urbanización acelerada, contaminación del agua y la presencia de especies invasoras que diezmaron a las nativas desde la década de 1980. 

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Y más. A ello se suman intervenciones improvisadas, como la liberación de ajolotes sin protocolos científicos, que acaban en mortalidad casi inmediata por choques térmicos, mala calidad del agua o competencia entre ejemplares. 

Los especialistas insisten en que la conservación del ajolote no es un acto de buena voluntad aislada, sino un proceso técnico que exige control estricto del entorno, evaluación genética, aclimatación lenta y protección integral de los canales. La fragilidad del animal refleja la fragilidad del ecosistema que lo sostiene.

Restaurar Xochimilco. Cuentan los científicos que la conservación del ajolote es inseparable de la recuperación de Xochimilco, y esa evidencia ha llevado a investigadores y chinamperos a emprender proyectos de refugios que recuperan técnicas agrícolas ancestrales. Estas chinampas restauradas actúan como microecosistemas seguros donde los ajolotes pueden mantenerse sin contacto con especies invasoras y con una calidad de agua adecuada. 

El objetivo no es crear reservas artificiales, sino devolver al entorno su equilibrio original para que la especie pueda sobrevivir sin depender eternamente de la intervención humana. Xochimilco no es solo un patrimonio histórico ni una postal turística, es un sistema vivo que regula inundaciones, estabiliza la temperatura, sostiene agricultura tradicional y alberga una biodiversidad que depende de su continuidad. El ajolote es únicamente la punta visible de un problema mucho más amplio: si su hogar desaparece, desaparecerán también funciones ecológicas de las que depende toda la región.

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El hype. Sea como fuere, el fenómeno social del billete de 50 pesos demostró que una imagen puede cambiar la percepción pública de una especie entera. Gorda se transformó en un símbolo reconocido por millones de personas, capaz de despertar curiosidad, afecto y un sentido inesperado de identidad. 

Pero el verdadero impacto no está en la colección de billetes ni en los objetos inspirados en el ajolote, sino en la oportunidad que abrió para comprender que la conservación es un acto profundamente cultural: solo se protege lo que se conoce, y solo se cuida aquello con lo que se genera un vínculo. 

El reto en México ahora es convertir esa emoción en un compromiso sostenido. El billete dio visibilidad, y la restauración de Xochimilco decidirá si esa visibilidad tiene futuro. El ajolote, mientras tanto, ya ocupó un lugar en la vida cotidiana, y ahora es el país el que debe decidir si también ocupará un lugar en su futuro.

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