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Desde el año 2000, justo cuando se empezaban a cerrar las cicatrices de las grandes sequías de los 90, el regadío en España ha crecido un 30%. Algunas regiones, como Andalucía, tienen el doble de regadío activo del que tenían entonces.

Parece un dato positivo (a nivel económico, productivo o incluso social), pero esconde un drama: la anunciada muerte de los acuíferos españoles y todas las consecuencias que acaba provocando.

Porque sí, España es un país de acuíferos. Según los datos del Ministerio de Transición Ecológica, estos cubren más del 90% del territorio nacional. Hablamos de entre 20.000 y 30.000 hectómetros cúbicos de agua que se renuevan anualmente. Teóricamente, eso sí.

Tras más de una década de sequía de baja intensidad y un constante crecimiento del consumo, los estamos dejando bajo mínimos. Más de una cuarta parte de las 800 masas de agua que tiene el país están sobrexplotadas. En algunos sitios, como el Alto Guadalentín, el índice de sobrexplotación alcanza el 203%.

No es algo que deba sorprendernos. Ya sabíamos, como señalaban en el Datadista, que décadas de «medidas de emergencia» frente a la sequía solo ha terminado sirviendo para «ampliar los regadíos, aumentando el problema de la sobre explotación y la contaminación de acuíferos y humedales». La cuestión es que el problema sigue creciendo, seguimos sacando agua del subsuelo y las consecuencias empiezan a ir más allá de lo evidente.

Sin agua subterránea, el suelo se hunde. Literalmente. «Se trata de un movimiento lento, que puede ir de milímetros al año a algunos centímetros, por eso el fenómeno puede pasar desapercibido», explicaba el investigador del Instituto Geológico y Minero (IGME) Pablo Ezquerro en elDiario.es. «No se da un deslizamiento de ladera o un colapso, así que, en  cierta manera, escapa del foco de atención, pero aun así es algo que  puede afectar a áreas más extensas».

Pero se da, vaya si se da. Según una investigación publicada en verano de 2023, zonas del Alto Guadalentín han llegado a tener un hundimiento acumulado de 2,7 metros en 14 años. Seguramente sea la zona con ‘efectos más intensos’ del continente, pero incluso en lugares menos explotados (como la Vega de Granada) los terrenos han llegado a hundirse un centímetro en los años de mayor extracción.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que los terrenos no vuelven a recuperar su altura cuando llueve. Esto provoca lo que acertadamente Raúl Rejón llamaba «una vulnerabilidad escondida»: muchas zonas se convierten en inundables. En elDiario.es tienen un mapa que cartografía a la perfección el destrozo que se está provocando en la costa mediterránea y lo expuesta que está (cada vez más) a la subida de los niveles del mar.

Un problema global… que nos afecta especialmente. En 2020, la revista Science publicó un estudio global que aseguraba que en todo el mundo había 1.200 millones de personas afectadas. «En México o Irán, llegan a tener hundimientos de 30 centímetros anuales» y, aunque no llegan a esos extremos, Andalucía, Murcia, Madrid, Zaragoza y Barcelona estaban en la cabeza de Europa

Y en estos últimos años la situación no ha hecho más que empeorar. Porque, a la sequía, hemos de sumar el hecho de que, como decía el profesor Robert Glennon, «estamos huyendo de lugares con agua a lugares sin agua». Y, en efecto, son precisamente las zonas con más riesgo de hundimiento las que siguen creciendo a nivel demográfico.

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