Enfundado en una playera con un dibujo de Kirby, el personaje de videojuegos, un joven químico inspecciona los tubos de ensayo diseminados por su recámara, en mesas y cajones: pipetas, jeringas, mecheros, crisoles, una centrifugadora, pesas y termómetros. Todo el material que podría hallarse en un maletín de Juguetes Mi Alegría.
Pero Rafa, como le dicen sus amigos, ya no juega: estudia el sexto semestre de Química en la UAM y ha tomado la decisión de fabricar sus propias drogas para dar un paso más hacia la legalización de los estupefacientes, que defiende a capa y espada.
Rafael tiene 25 años. Lo llamaremos así porque prefiere ocultar su verdadero nombre por razones de seguridad. Con una sonrisa triunfal, sentado en este pequeño cuarto de la colonia Narvarte, en el corazón de la Ciudad de México, en la casa familiar que su abuela quiere transformar en un Airbnb, cuenta una anécdota. Aunque sabe que la teoría es discutida por científicos, asegura que evidencia los sesgos que existen a la hora de estudiar el fenómeno de las adicciones y de las drogas en general.
A finales de los años setenta, dice, el profesor canadiense Bruce Alexander y su equipo hicieron un experimento en el que dividieron a dos grupos de ratas para estudiar su adicción a la morfina. Les ofrecieron elegir entre agua simple y agua mezclada con morfina, tanto a ratas aisladas en espacios pequeños, como a otras que vivieron en comunidad en una caja mucho mayor, similar a un entorno natural. Y lo que descubrieron fue que las ratas aisladas consumieron 19 veces más morfinas que las ratas libres.
–¿Y eso qué demuestra?
–Que cuando tienen acceso a comida, pueden jugar y reproducirse, prácticamente ninguna rata se vuelve adicta, ¡y lo mismo pasa con los humanos! –celebra.
La primera vez que Rafa se relacionó con el tema de las drogas fue a los 11 años, cuando escuchó hablar en internet de una marcha cannábica realizada en Australia. Luego de unos años de inocencia, fumó a los 13 unas primeras caladas de marihuana, antes de comenzar a tomar jarabe para la tos en dosis que lo hicieron alucinar.
Pero lejos de asustarlo, esas experiencias pavimentaron el camino que recorrió desde entonces como un autodidacta, en cientos de foros y tutoriales en internet, antes de entrar a estudiar Química con el objetivo de entender qué son y cómo funcionan esas sustancias que el mundo quiere prohibir.
Para él, como para buena parte de su generación, internet hizo la diferencia en cuanto a la posibilidad de aprender en línea lo necesario sobre sus propios centros de interés, a veces vetados en la educación oficial.
Como muchos que compran plantas de cannabis y “chocohongos” en cualquier bazar de la Roma, la Condesa y otras colonias hípsters de la capital, o que autocultivan aprovechando las zonas grises de la reglamentación, Rafa se dedica a producir drogas sintéticas en su mini laboratorio improvisado, para su propio consumo y así dejar de alimentar a la economía criminal y su rastro de sangre.
No las vende, apenas produce ínfimas cantidades que en ocasiones comparte con amigos interesados. Sin embargo, a su manera, este chico menudo que enfrenta brotes de acné a los que esconde detrás de un cabello negro, es un revolucionario. Mientras el mundo apuesta por el autocultivo de marihuana como un paso decisivo para cambiar el paradigma de la fallida guerra contra las drogas, él salta a una etapa aún más polémica:
La autoproducción de drogas químicas, en un mercado dominado por el monopolio de los grupos ilegales y las industrias farmacéuticas.
La política de las drogas es esquizofrénica
Algunos de los sesgos sobre los estupefacientes que tenemos hoy en día fueron impuestos durante el siglo pasado, en medio de la tendencia a prohibir las drogas –incluyendo el alcohol– que fue creciendo en el mundo occidental, hasta que el presidente estadounidense Richard Nixon les declaró formalmente la guerra en los años setenta.
Justo en la misma década en que el profesor Bruce Alexander hizo sus descubrimientos.
Cincuenta años después, el resultado de esta guerra fallida es desastroso. Tan sólo en México, los conflictos asociados al tráfico de drogas ilícitas dejan cientos de miles de fallecidos, sin contar los heridos, desplazados y desaparecidos. Todo eso sin que se logre reducir la producción, venta y consumo de narcóticos, estimulantes y alucinógenos.
Y a pesar de ese fracaso, “la política de las drogas en México es esquizofrénica”, afirma Karina Malpica, fundadora del colectivo psiconauta Mindsurf, dedicado a reducir el daño que provoca el consumo de las sustancias prohibidas.
“El poder Judicial, de tendencia liberal, ya ordenó al Congreso cambiar la ley porque la prohibición del cannabis es inconstitucional, lo cual es tan sencillo como sacar el THC del código penal”.
Pero “ninguna iniciativa de las que han llegado al [poder] Legislativo ha progresado hasta ahora, por falta de voluntad política”, agrega Malpica, diplomada en políticas públicas de drogas y derechos humanos. Lo cual explica el limbo en el que se encuentra esta sustancia en México, cuyo uso recreativo es legal en 18 estados de Estados Unidos, en Uruguay, Portugal y Holanda.
¿El problema no son las sustancias?
Es un martes cualquiera. Rafael, en pijama y pantuflas, ha decidido sintetizar GBL, ácido gamma-butirolactona: un anestésico al que llaman “éxtasis líquido” y que tiene muy mala fama por ser similar al GHB, la también llamada “droga del violador”.
El problema no son las sustancias per se, dice, sino la gente que las utiliza. “La persona que quiera violar lo va a hacer incluso con alcohol”, argumenta para restarle importancia.
Rafael trabaja en un espacio reducido. Al lado de su cama individual, de adolescente, hace casi todas sus preparaciones en la orilla de la ventana que da a la calle.
Ahí dispone su material químico: abajo de una pequeña estantería en la que cuelgan libros y unas mantis religiosas fosilizadas que le regaló una exnovia. Paralizado por su timidez, no se ha atrevido del todo a acercarse al par de muchachas que le gustan ahora.
Al mostrar una libreta repleta de fórmulas químicas y dibujos que sería la envidia de muchos, Rafael explica que hace GBL a partir de un suplemento alimenticio que se vende legalmente, al que agrega nitrito de sodio (el que permite que la carne se conserve por mucho tiempo), a esto le gotea una solución de ácido clorhídrico. Pone la mezcla en un baño frío, la deja reaccionar a temperatura ambiente por 20 horas y después extrae el producto deseado usando cloroformo. A veces, sólo él entiende lo que dice.
Con el tiempo, se ha vuelto un cliente frecuente de diversas tiendas de productos químicos que venden fácilmente sustancias reguladas, a las que a veces consigue también por parte de amigos investigadores a los que les sobran en sus universidades.
Luego de días de esfuerzo, producirá apenas un frasco del que extraerá dosis suficientes para un par de semanas de consumo propio. Si acaso hará trueque con amigos, intercambiando otras sustancias de autocultivo, como kratom y marihuana.
–Creo que eso de llamar “artificial” a lo que produce el hombre es una postura arbitraria y egocéntrica. Implicaría que lo que hace el ser humano trascienda a la naturaleza, y pues nel –sentencia Rafael cuando se le pregunta si considera que lo que hace es muy diferente a los que cultivan plantas que están de moda.
Al consumir el GBL en una cantidad dosificada con una jeringa y depositada en un vaso con agua, resulta cierto que no hace perder la consciencia. Se siente como una ola de calor y un pequeño corrientazo que simula un mini orgasmo durante unos segundos, y vuelve a repetirse dos a tres veces seguidas. Poco más que eso.
–¡Todo es una cuestión de dosificación, amigo! –ríe, con ese acento en la última vocal que silban los chilangos.
Reactivos para verificar las sustancias
Un día de verano de 2023, Rafael se unió a un grupo de casi 100 personas en un evento de psiconautas –personas que “exploran la mente” por medio de sustancias psicoactivas–, en el municipio de Villas del Carbón, Estado de México. El evento, preparado por investigadores que difundieron la convocatoria por las redes sociales, osciló entre un encuentro informal de amigos pachecos y un seminario en el que se ofrecieron charlas al aire libre, intercambios de productos y comidas, todas centradas en las drogas ilegales y en la prohibición.
Ese día, Rafael decidió aprovechar la jornada para dedicarse a otro de sus pasatiempos: analizar –con una cooperación voluntaria– las sustancias que traían los asistentes consigo para asegurarse de que no estuvieran mezcladas con otros productos. Una forma de aportar un grano de su conocimiento a otros consumidores de drogas.
Con química sencilla ha ido desarrollando diferentes reactivos para verificar que el MDMA (éxtasis) no esté mezclado con metanfetamina (cristal), un producto mucho más potente y cuyo efecto puede durar varias horas. O que la cocaína no esté demasiado diluida. Lo ha hecho ya incluso en un festival de música electrónica, con el permiso de los organizadores que ven con buen ojo la posibilidad de limitar en sus eventos los riesgos de sobredosis asociados con sustancias adulteradas.
Los reactivos los vendía antes a nombre de una empresa llamada Junkie But No Donkey, pero luego la renombró con más seriedad como Fiestest. En su cuarto de la Narvarte, como lo hizo Steve Jobs en su garaje, ha ido acumulando suficiente material de química para producir por un costo irrisorio estos reactivos. El procedimiento es sencillo: luego de depositar un extracto de la droga en una vasija, suelta encima una gota de sus reactivos que de a poco irá cambiando de color.
Luego de empacarlos en paquetes de cartón que él mismo diseñó, con una guía para interpretar correctamente el cambio de color, los promociona por Facebook y WhatsApp y los distribuye por Amazon o Mercado Libre. “Lo cual es completamente legal”, asegura. Sin embargo, Rafael dista mucho de ser rico. Admite que no tiene la más mínima fibra comercial y que las pocas ventas que realiza le permiten por ahora solo ir obteniendo más material para avanzar en complejidad en sus investigaciones.
Entrevistada por DOMINGA, Nadia Robles, directora del Observatorio Mexicano de Salud Mental y Adicciones, parece darle la razón al explicar que el Estado mexicano colabora ya con organizaciones que realizan el mismo proceso de análisis de sustancias prohibidas para reducir el daño que provoca su ingesta en los consumidores.
A nivel mundial, hace varios años que diferentes países han comenzado a dejar atrás la estrategia de lucha contra las drogas de Nixon, centrada sólo en cuestiones de seguridad. En lugar de eso, se han enfocado en defender los derechos de los usuarios al tratar de reducir su consumo o que, al menos, lo realicen de forma segura gracias a programas de análisis de sustancias, pero también a campañas pedagógicas sobre los peligros de la adicción y los métodos que existen para intentar dejar las drogas.
“Anteriormente la reducción de daño era vista como un fomento al consumo porque esa era la política que reinaba a nivel mundial. Y ahora creo que está mucho mejor entendido en México que una política de reducción de daños; lo que busca es respetar los derechos humanos de las personas que consumen”, asume Robles.
292 millones de personas consumieron drogas en 2022
Entre los asistentes al evento de Villas del Carbón de 2023, muchos son abiertamente activistas. Está Eros Quintero, biólogo de la UAM vestido ese día con una camisa multicolor, quien se desempeña en neurofisiología clínica y considera que el trabajo de Rafael “es muy importante […] Es una de las maneras en que podemos reducir riesgos en el consumo”. Como muchos psiconautas, conoció a Rafael en grupos de Facebook en los que usuarios de drogas e investigadores comparten sus experiencias y aventuras.
A nivel científico, las drogas suelen ser categorizadas según su potencial terapéutico y su potencial daño a la salud. Hasta 2020, la marihuana se encontraba situada en el Anexo IV de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes de la ONU, en el que se encuentran las drogas más peligrosas, como la heroína. Paradójicamente, allí no están ni la codeína (tramadol), ni la metadona, situadas en el corazón de la actual crisis de opioides que vive Estados Unidos, y que están presentes en 80 por ciento de las sobredosis mortales, de acuerdo con la OMS.
Por eso, Eros asegura que, si el prohibicionismo fuese realmente congruente, “no tendríamos alcohol, cigarros, alimentos altamente azucarados, con grasas y muchas cosas más [en venta legal]”.
Dar un paso a la legalización, según la socióloga Angela Guerrero, permitiría liberar una parte del sistema de justicia que arremete de manera desproporcionada con las poblaciones más desfavorecidas, además de aportar impuestos al gobierno.
Según la ONU, 292 millones de personas consumieron drogas en 2022, un aumento de 20 por ciento respecto a 2012. En su mayoría consumen cannabis (228 millones), aunque también hay una fuerte presencia de opioides (60), anfetaminas (30), cocaína (23.5) y éxtasis (20).
Imposible legalizar si no lo hace primero Estados Unidos
México ya conoció un breve periodo de legalización en 1940, bajo control estricto del Estado, presidido entonces por Lázaro Cárdenas y bajo el impulso del médico Leopoldo Salazar Viniegra. Un hombre formalmente opuesto a la estrategia prohibicionista y que estuvo detrás de la promulgación del Reglamento Federal de Toxicomanías que eliminó diversos decretos punitivos respecto al consumo, posesión y venta de drogas.
Pero la aventura cedió ante la presión de Estados Unidos, que impidió el envío de estupefacientes a los centros médicos en los que se manejaban los tratamientos para los adictos, detalla Mariana Flores en una tesis para El Colegio de México, La alternativa mexicana al marco internacional de prohibición de las drogas durante el cardenismo. Borró así de un plumazo la vanguardia en la que pudo situarse México en la materia.
Luego se impuso el prohibicionismo, que ha criminalizado tanto al consumidor como al comprador de estas sustancias, que las ingieren con fines recreativos, introspectivos, o en todo caso distintos al de nutrirse. No por su legalidad o ilegalidad. Si bien existe un consenso en cuanto al fracaso de la estrategia de lucha contra las drogas, aún subsiste una polémica respecto a la posibilidad de regular su venta y producción.
En el bando de los que consideran extremadamente complejo legalizar la producción y venta de cocaína o heroína, se encuentra Raúl Benítez, investigador de la UNAM y experto en temas de seguridad nacional. Por videollamada afirma que es casi imposible legalizar en México la venta de sustancias ilegales antes de que ocurra en Estados Unidos –el principal consumidor de drogas en el mundo–. “Tiene que ser primero [allá]”, afirma y concuerda en que es y será imposible regular el contrabando.
A la influencia de Estados Unidos, su colega Javier Oliva, investigador en temas de seguridad y violencia en la UNAM, suma el fuerte “conservadurismo” de la clase política mexicana y la “falta de liderazgo”.
Kratom, su droga preferida
La droga favorita de Rafael es el kratom, una planta de la misma familia que el café, a la que la agencia antidrogas de Estados Unidos le ha declarado la guerra y que se vende bajo forma de polvo en diferentes cafés cannábicos de la Ciudad de México. La consigue a través de un amigo que siembra esta especie asiática de sabor amargo, que deja los dientes verdosos.
–¿Y no sientes que te causa algún efecto secundario?
–A veces me daba náuseas cuando tomaba mucho, y a veces hasta se me medio bajaba la presión –dice pero asegura haber reducido el daño al bajar el consumo a 20 gramos diarios.
En un patio de su casa tiene macetas de otras plantas psicoactivas, como el peyote o el cactus de San Pedro, que colindan con el espacio de trabajo de este joven pacifista, quien sueña con seguir los pasos de su héroe, el investigador Alexander Shulgin, descubridor de numerosas sustancias psicoactivas, algunas de ellas con uso terapéutico.
–¿Podrías ser una especie de ‘Walter White’ mexicano»? El protagonista de ‘Breaking Bad’, en la que un profesor de química enfermo de cáncer decide sintetizar y vender metanfetamina, y termina construyendo un imperio.
–Al revés, sería su antítesis –afirma con mucha seriedad–. Representamos cosas opuestas en esta temática. Su principal, si no es que su único propósito, es ganar un chingo de varo y ya después quiere tener poder, y no importa lo que tenga que hacer, si tiene que matar, secuestrar, dejar que otra gente muera, si eso tiene que pasar para que tenga dinero.
–¿Y tú por qué lo haces?
–Yo estudio muchísimo la droga en sí, ¿cuáles son sus efectos?, ¿cuál es su farmacología?, ¿cuál es su historia? Y mi propósito para nada está centrado en conseguir varo. Está más centrado en el activismo y en la investigación. Mis medios son una pasión por la química y eventualmente la comunidad que apoye esa investigación –declara con una sonrisa pícara este chico que aborrece casi tanto al capitalismo salvaje como al prohibicionismo.
Con información de Milenio