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Los documentos que desclasificó hace poco el National Security Archive (NSA, por sus siglas en inglés) arrojan luz sobre cómo negociaron Moscú y Washington, en los años 90, desde la perspectiva de la Casa Blanca, el espinoso tema de la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Esos papeles, hasta la semana pasada inéditos –memorandos para el titular de la Casa Blanca en esos años, Bill Clinton; minutas de conversación de sus contrapartes estadunidenses con los entonces presidente Boris Yeltsin, canciller Yevgueni Primakov y el viceministro de Relaciones Exteriores, Gueorgui Mamedov; cartas de expertos y cables de altos funcionarios del consejo nacional de seguridad de Washington– revelan que Rusia consideraba un error la ampliación hacia el este de la alianza noratlántica y, tras una mezcla de rechazo inicial categórico con notorio deseo de estrechar nexos, terminó aceptándola como un hecho inevitable.

El Kremlin pretendía contrarrestar los efectos negativos de la expansión noratlántica, confiando en que podría convencer a la Casa Blanca para establecer una cooperación más estrecha entre ambos y, de ese modo, poder conseguir tres grandes objetivos: una suerte de derecho al veto de cualquier decisión de la OTAN, la no admisión de ninguna república ex soviética y el compromiso de no instalar armamento nuclear en el territorio de los nuevos miembros.

En esa época, los países del antiguo bloque soviético que querían ingresar a la OTAN no lo hacían por temor a Rusia, inmersa en sus problemas internos, sino con el fin de lograr una especie de garantía en caso de que las derrocadas élites comunistas pretendieran retomar el poder por la fuerza.

En los primeros tres años de Rusia tras el colapso de la Unión Soviética, el tema de la ampliación de la OTAN no estaba en la agenda de preocupaciones del Kremlin hasta que Yeltsin resolvió a cañonazos su enfrentamiento con el Legislativo bombardeando literalmente su sede.

En aquel periodo, al interior del gobierno de Estados Unidos, se produjo un intenso debate entre los partidarios de aprovecharse del caos en Rusia y proceder sin demora a ampliar la OTAN y quienes proponían ir más despacio, considerando que podría ser contraproducente.

Polémica resuelta

De estos documentos desclasificados, se desprende que la polémica concluyó en el otoño de 1993, cuando Anthony Lake, asesor de seguridad nacional estadunidense, recomendó a Clinton adoptar una posición dual: dar a entender en público que la OTAN seguiría expandiéndose, pero sin mencionar alcances ni fechas concretas, y lanzando al mismo tiempo, para calmar el presumible malestar de Rusia, el programa de Asociación para la Paz, que resultó del agrado de Yeltsin, porque invitaba a participar a Rusia y las demás repúblicas ex soviéticas, aunque sin prometer a nadie una segura membresía. (Memorando para el presidente, 19 de octubre de 1993).

Eliminada la oposición del Parlamento, y con una nueva Constitución que reforzaba sus facultades, Yeltsin temía que la intención de Estados Unidos de no renunciar a ampliar la OTAN podría dar argumentos adicionales para sumar votos a su principal rival en las urnas, el líder comunista Guennadi Ziuganov.

Para tranquilizar a Yeltsin, que estalló en cólera cuando escuchó decir a Clinton en Budapest, en la cumbre de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa, el 5 de diciembre de 1994, que el proceso de ampliación de la OTAN ya comenzó, el inquilino de la Casa Blanca envió a Moscú al vicepresidente Al Gore, quien visitó al titular del Kremlin en el hospital donde estaba internado después de un severo problema cardiaco.

Gore insistió ante Yeltsin, en ese encuentro, que lo que él había escuchado en Budapest, “en realidad, no es ningún cambio. Es lo mismo que el presidente Clinton le dijo, en septiembre de ese año, que eventualmente la OTAN se iba a ampliar, pero el proceso iba a ser gradual y estaría sujeto a consultarlo con usted.

El proceso se llevaría a cabo de forma paralela al impulso de la asociación de EU-Rusia y de la asociación de Rusia con la OTAN. (Minuta de conversación de Gore con el presidente Yeltsin, 16 de diciembre de 1994).

Ante el malestar por la expansión noratlántica que se percibía desde Moscú, la Casa Blanca incluso cambió el título de su documento programático Avanzando hacia la ampliación de la OTAN, donde se exponía la concepción de la evolución de la alianza, por el de Construcción de un nuevo sistema de seguridad en Europa, sin alterar su esencia, para resaltar que Washington estaba abierto a asociarse con todos, incluida Rusia (Arquitectura de la seguridad europea, la expansión de la OTAN y Rusia. Memorando para Anthony Lake (asesor de seguridad nacional) y Samuel R. Berger (número dos en el consejo de seguridad nacional), 22 de diciembre de 1994).

Washington tenía claro que debía insistir ante Moscú en que no es lo mismo dialogar que tomar decisiones conjuntas, pero se recomendó a los diplomáticos hacerlo con tacto, evitando declaraciones tajantes que podrían irritar a la parte rusa (Ibidem).

“Y para el desfile militar, el 9 de mayo de 1995, para conmemorar en la Plaza Roja de Moscú la victoria sobre el nazismo alemán en la Segunda Guerra Mundial, el propio Clinton viajó a la capital rusa, donde Yeltsin le dijo que la ampliación de la OTAN no es otra cosa que una humillación para Rusia. Clinton le prometió que no habría ninguna extensión en 1995 ni en 1996, dando a entender que no lo haría hasta que Yeltsin lograra su relección (Informe sobre los avances de la ampliación de la OTAN y la seguridad europea. Memorando de Anthony Lake para el presidente Bill Clinton. 17 de julio de 1995).

La Casa Blanca era consciente de que Rusia, a pesar de querer estrechar la cooperación con la alianza, no iba a tomarse bien incluir a más países. “Es poco probable –escribe Lake en ese memorando– que la oposición rusa a la ampliación de la OTAN ceda en el corto o mediano plazo a algún tipo de respaldo a regañadientes; la oposición de Rusia es cada vez más profunda.

En el periodo que se avecina, los dirigentes rusos harán todo lo posible por descarrilar nuestra política, dada su convicción de que cualquier expansión de la OTAN hacia el este es en el fondo antagónica a los intereses de Rusia a largo plazo (Ibidem).

Con información de La Jornada

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