El invierno ha vuelto a instalarse como un actor decisivo en la guerra de Ucrania. Al barro y la niebla se ha sumado un nuevo enemigo para las defensas ucraniana. Las nevadas densas y la lluvia helada están degradando la herramienta que ha permitido a Kiev compensar su inferioridad numérica durante dos años: los enjambres de drones FPV, ligeros, ágiles y mortales, que forman la columna vertebral de sus “zonas de muerte” defensivas.
El invierno como arma. La meteorología, que en otros inviernos había moldeado la estrategia, este año está desmantelando un sistema defensivo que Ucrania había perfeccionado hasta convertirlo en una barrera casi impenetrable. Rusia lo ha entendido antes que nadie y ha lanzado asaltos de gran escala aprovechando la vulnerabilidad climática de los drones, abriendo brechas alrededor de Járkov, Huliaipole y especialmente Pokrovsk.
Por primera vez en meses, Moscú está avanzando no porque haya mejorado decisivamente su ejército, sino porque la naturaleza le ha dado una ventana que está explotando con brutal determinación.

La debilidad inesperada. Ocurre que los drones FPV, tan eficaces en verano, son extremadamente frágiles en invierno. Su poca inercia los convierte en víctimas del viento, que los empuja y hace tambalearse su trayectoria con cada ráfaga, la humedad y el hielo empañan las cámaras, la nieve reduce los contrastes, la niebla desdibuja la profundidad del campo visual y las lentes se cubren de gotas que distorsionan la imagen en el momento más crítico. El piloto, que necesita visión perfecta para impactar con precisión quirúrgica, se encuentra con una pantalla borrosa, sin referencias, incapaz de distinguir trincheras, obstáculos o incluso el objetivo final.
La más mínima pérdida de claridad convierte un ataque en un choque contra el terreno o en un misil errático. El resultado es devastador para la estrategia defensiva ucraniana: cuando los drones no vuelan, las zonas de muerte dejan de existir, las columnas rusas pueden avanzar bajo nubarrones y las motocicletas y pickups que transportan tropas aprovechan la niebla para infiltrarse en pueblos como Pokrovsk, donde la lucha urbana ya es feroz.

Una oportunidad peligrosa. La meteorología adversa ha creado para Rusia una oportunidad que no disfrutaba desde el inicio de la guerra. Con los drones ucranianos forzados a permanecer en tierra, las fuerzas rusas han logrado maniobrar con mayor libertad de movimiento, algo que la guerra de drones había hecho casi imposible durante meses. Han cruzado ríos bajo niebla, entrado en localidades con vehículos ligeros sin ser detectados y empujado las líneas ucranianas mientras la defensa se reorganizaba a la espera de que mejorase el tiempo.
El avance de Moscú, aunque limitado en términos territoriales, está teniendo un impacto psicológico y táctico significativo: expone la fragilidad del modelo defensivo ucraniano cuando se queda sin su herramienta estrella y demuestra que Moscú ha aprendido a detectar patrones climáticos para sincronizar ataques con precisión. La niebla de noviembre ya permitió a sus tropas profundizar posiciones en Pokrovsk, un punto crítico cuyo control se ha convertido en símbolo tanto para el Kremlin (que busca mostrar avances a Washington) como para Kyiv, que lucha por resistir en un frente donde la presión es constante.

Innovación a contrarreloj. Pero el clima no actúa de forma unidireccional. Con la misma rapidez con la que los drones quedaron inoperativos, las mejoras atmosféricas permitieron a Ucrania recuperar parte de sus kill zones y lanzar contraataques con sus FPV. Las brigadas, como la 28.ª Mecanizada, han aprovechado los claros meteorológicos para golpear a las unidades rusas recién desplegadas en Kostiantynivka, atrapándolas en posiciones expuestas. Esta dinámica confirma que Ucrania no está derrotada: está obligada a adaptarse más rápido.
Su industria, extremadamente flexible desde 2022, ya desarrolla una nueva generación de drones con fuselajes más resistentes al viento, cámaras de baja luminosidad, sistemas térmicos simplificados y algoritmos de control capaces de estabilizar el vuelo en condiciones adversas. La llegada de estos drones, prevista para los próximos meses, será clave para revertir la ventaja temporal que Rusia ha obtenido. Si Ucrania consigue desplegar una fuerza FPV resistente al invierno, el equilibrio en el frente podría volver a inclinarse.

La otra guerra del invierno. Mientras los drones se baten en el cielo blanco del frente, en las ciudades el invierno golpea de otra forma: con apagones de hasta 16 horas, calefacciones fallidas, ascensores detenidos y padres que acuden al refugio con sus hijos en brazos entre explosiones. Contaba la BBC casos como el de Oksana, en su apartamento de Kiev, que vive con una batería de 2.000 euros que apenas alarga unas horas la normalidad. Su hija juega a la luz de las velas y su marido trabaja a oscuras cuando los bombardeos cortan el suministro.
Millones de ucranianos se preparan para lo que las autoridades describen como “el peor invierno de nuestra historia”. Moscú ha intensificado sus ataques contra las redes de transmisión, no solo para dejar a la población sin luz y sin calefacción, sino para cerrar panaderías, paralizar fábricas, detener transportes y asfixiar la economía hasta provocar desánimo social. Según el propio gobierno ucraniano, el objetivo ruso no es solo derrotar militarmente al país, sino destruir su cohesión interna.
El desgaste humano. Tras casi cuatro años de guerra, el cansancio se ha generalizado. El insomnio afecta a tres veces más ucranianos que a personas en países en paz, y las noches están marcadas por sirenas, drones Shahed y oleadas de misiles que han alcanzado cifras récord. El cansancio moral se mezcla con el físico: el frente está lejos, pero la guerra está en cada pasillo, en cada escalera, en cada bombilla apagada.
Y, sin embargo, sorprendentemente, las encuestas muestran un repunte del optimismo: más de la mitad de los ucranianos cree en un futuro mejor, aunque sea uno frágil, oscilante, que depende de la evolución de negociaciones bloqueadas, de la llegada de ayuda extranjera o del resultado de una ofensiva rusa que aún está lejos de una victoria decisiva.
Diplomacia congelada. Plus: las negociaciones internacionales atraviesan su momento más incierto. Una posible cumbre Trump-Putin está en pausa. La UE sigue discutiendo cómo usar 180.000 millones en activos rusos congelados, y Kiev ve con preocupación cómo Washington envía señales contradictorias y cómo algunos gobiernos europeos podrían cambiar con elecciones menos favorables a Ucrania.
En este contexto, cualquier avance ruso (como la posible caída de Pokrovsk) sería utilizado por el Kremlin como moneda de presión diplomática. Putin necesita una victoria que pueda vender a Occidente, aunque la realidad es que sus líneas apenas se han movido desde 2022. La guerra se ha convertido en una negociación por desgaste, en la que cada metro importa menos que la narrativa de resistencia o colapso.

La lucha que decide el futuro. Tanto en el frente como en las ciudades, los ucranianos saben que este invierno será determinante. La guerra se juega en dos escenarios simultáneos: en el cielo turbio donde los drones luchan contra el viento y en los hogares donde la población lucha contra la oscuridad. Si Ucrania logra resistir hasta abril, como sostienen altos cargos del gobierno, Rusia habrá perdido su oportunidad de quebrar al país mediante el frío, la destrucción energética y la presión militar.
La victoria (o la supervivencia) dependerá de la capacidad de adaptación: drones mejorados, redes energéticas parcheadas una y otra vez, alianzas internacionales reforzadas y una sociedad que, pese al miedo y al cansancio, sigue creyendo que la resistencia es posible. Porque, como dicen muchos ucranianos, ya han sobrevivido a imperios antes.







