El día de Año nuevo de 1624, los pedazos de hielo que flotaban a la deriva en el río Lek, en los Países bajos, aplicaron tanta presión sobre uno de los diques que controlaban las crecidas del río, que terminó por generarse una enorme grieta.
El resultado fue una gran inundación en la cercana ciudad de Tull en ‘t Waal, una población cercana a Utrecht así como buena parte de los alrededores haciendo crecer el nivel de los canales adyacentes. Esto supone un grave problema en un país que se encuentra por debajo del nivel del mar.
Para acometer las obras de reparación, fue necesario recibir financiación privada. 400 años más tarde, alguien en Nueva York todavía sigue cobrando los intereses que genera esa deuda.
Solución extrema frente a la catástrofe
Pintura que representa los trabajos de reconstrucción del dique de Tull en ‘t Waal en 1624
Según documentos históricos, la rotura del dique de 1624 supuso un grave problema para la región de Utrecht, cuyas inundaciones se quedaron a las puertas de Ámsterdam. Afortunadamente, la inundación se pudo contener, pero la reconstrucción y mejora del dique iba a ser muy costosa.
Por suerte, Países Bajos era una potencia financiera en aquella época, por lo que la autoridad local del agua, llamada Hoogheemraadschap Lekdijk Bovendams, se las ingenió para utilizar modernos sistemas de financiación para reunir un total de 23.000 florines carolus gracias a la venta de más de 50 bonos perpetuos.
Entre esos 50 bonos perpetuos iniciales, había uno de 1.200 florines carolus vendido el 10 de diciembre de 1624 a una mujer adinerada de Ámsterdam llamada Elsken Jorisdochter. A cambio de su préstamo, la entidad gestora del agua se comprometía a pagar a sus descendientes, o a cualquiera que estuviera en poder ese bono, un interés del 2,5% anual a perpetuidad.
400 años de historia en la Europa central han dado para mucho, y los 50 bonos se fueron destruyendo fruto de guerras, inundaciones o incendios. Pero el bono de Jorisdochter, estampado sobre un trozo de piel de cabra, se ha conservado hasta nuestros días.
De hecho, ni siquiera existe ya la junta del agua Hoogheemraadschap Lekdijk Bovendams, pero tomó su relevo en el cargo la Hoogheemraadschap De Stichtse Rijnlanden, que tiene el bono clasificado como uno de sus pasivos, con la obligación de abonar anualmente los intereses acordados. La compañía tiene otros bonos perpetuos posteriores, fechados en 1638 y 1648.
400 años tan vigente como si fuera nuevo
Como norma general, los bonos más o menos actuales acostumbran a tener fechas de vencimiento y condiciones bien definidas. Sin embargo, esto no siempre fue así, y los bonos perpetuos destacan como verdaderas rarezas financieras ya que, mientras existan, se mantiene el vínculo con la entidad emisora o sus subsidiarios.
En un hecho que subraya la singularidad de este bono, el pasado martes, su actual propietario recibió el pago correspondiente a los intereses en una ceremonia seguida de cerca por el Financial Times. A pesar del cambio de continente, las transformaciones políticas, económicas y tecnológicas de los últimos cuatro siglos, la autoridad hídrica holandesa todavía a día de hoy cumple con su compromiso de pagar el 2,5% de intereses anuales sobre el valor nominal. Concretamente: 13,61 euros al año.
El bono se encuentra en la actualidad en poder de la Bolsa de Nueva York. Hasta allí llegó como donación de un banquero holandés nacionalizado estadounidense llamado Albert Andriesse, socio principal de Pierson & Co. El banquero donó el documento financiero a la entidad como recordatorio del origen holandés de Nueva York, llamada Nueva Ámsterdam en sus primeros años de existencia y fundada, precisamente, en 1624.
Andriesse compró el documento en una subasta en 1938. Dos años más tarde, el banquero tuvo que huir de Europa como refugiado de la Segunda Guerra Mundial, estableciéndose en Nueva York en 1941, donde falleció en 1965, según documentaba el Financial Times.